viernes, 2 de marzo de 2012

Capítulo 12

Sin mucho comentario, ya que no hay mucho que decir "Cómo Conocí a Vuestro Padre"


Disfruten!
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Pero esa historia queda lejos. Vamos por partes, como dijo Jack el Destripador. Decidí quedarme en España para pensar un poco en lo que era mi vida. Cansada de pensar, decidí irme al norte, a las montañas, a vivir como una ermitaña que solo le preocupa la naturaleza y los animales. Allí conocí a una vaca que también fue mi gran amiga: se despeñó por un acantilado. Hijos, con lo gafe que soy no sé como estáis vivos.

La vaca se llamaba Conie y me la regaló la madre de Marco (Marco y su madre han estado en todas partes) antes de irse porque pensó que estaba embarazada del padre de su hijo y le daba pena el niño… no sé hijos, ella terminó en Argentina buscando asistencia médica; no pretendáis que su comportamiento sea lógico… Me voy… en realidad dejé que pensara que tuve aventurillas con el padre de Marco para que no se desvelara la verdad sobre mi relación con el sirviente de la casa de El señor Mateo, que le conocían como El señor de los Anillos por su arsenal mecánico en procesos reproductores… Así, lo que comenzó siendo una expedición para enamorarme del cielo tierra y agua del norte, terminó siendo uno de mis mayores delirios.

Y cuando hablo de delirios lo digo literalmente. Me volví loca. Sería por la falta de oxígeno que había ahí arriba o por mis continuas caídas por las laderas de las montañas. La cosa es que me hospedé en casa de una amable mujer que comía fabada y que gritaba como una loca. La acabé queriendo, me hice amiga suya y me contó muchas cosas, como que ella fue fiel a su marido desde la tierna juventud y sobre los orgasmos que había tenido con él. Esas últimas historias eran demasiado desagradables, sobre todo si las contaba con la boca llena de fabada y gritando a la vez. Por eso decidí irme de esa casa. Al final la mujer también se acabó despeñando por una montaña. Que malas son las montañas. Las exterminaré.
El Prozac, chicos, por favor (respiro respiro) Gracias.

Quería decir las examinaré, empezaba a pensar que mi mala suerte no podía ser cosa del destino, creé una organización en pro a la seguridad montesca y en ella aprendí a enamorarme de la Naturaleza, no era como el amor que pude haber sentido por árbol, era algo más fuerte, de repente, empecé a sentir el vínculo que me unía a la Madre Tierra, encontré amistad en los animales y las plantas, aprendí su lenguaje, aprendí a escuchar al mundo; el aire del norte ofreció a mi corazón el suspiro que necesitaba para alejarse de cualquier historia que me hubiera llevado al daño.

Todo eso era una completa mierda. El primer día que te tiras abrazando al césped con ilusión vale, pero cuando ya llevas algunos días acariciando piedras, besando troncos y ronroneando a vacas te cansas. Así que decidí dar un comunicado a mi fundación en pro de la seguridad montesca para informarles de que me iba, que dejaba todas esas gilipolleces que no soportabas si no tenías falta de oxígeno. Pero entonces pasó algo y… ah no, no pasó nada. Me caí por una montaña. Rodé y rodé y hasta el mar llegué. Y rodando seguí por la superficie del mar hasta chocar con un atunero que andaba por ahí. Me pasaron una red, pero yo les dije que no tenía ordenador para verla, JAJAJAJAJA hijos, me hice marinera.



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