No somos supersticiosas, pero se ha puesto de moda OH DIOS OH DIOS!
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Pero esa historia
queda lejos. Vamos por partes, como dijo Jack el Destripador. Decidí quedarme
en España para pensar un poco en lo que era mi vida. Cansada de pensar, decidí
irme al norte, a las montañas, a vivir como una ermitaña que solo le preocupa
la naturaleza y los animales. Allí conocí a una vaca que también fue mi gran
amiga: se despeñó por un acantilado. Hijos, con lo gafe que soy no sé como
estáis vivos.
La vaca se llamaba
Conie y me la regaló la madre de Marco (Marco y su madre han estado en todas
partes) antes de irse porque pensó que estaba embarazada del padre de su hijo y
le daba pena el niño… no sé hijos, ella terminó en Argentina buscando asistencia
médica; no pretendáis que su comportamiento sea lógico… Me voy… en realidad
dejé que pensara que tuve aventurillas con el padre de Marco para que no se
desvelara la verdad sobre mi relación con el sirviente de la casa de El señor
Mateo, que le conocían como El señor de los Anillos por su arsenal mecánico en
procesos reproductores… Así, lo que comenzó siendo una expedición para
enamorarme del cielo tierra y agua del norte, terminó siendo uno de mis mayores
delirios.
Y cuando hablo de
delirios lo digo literalmente. Me volví loca. Sería por la falta de oxígeno que
había ahí arriba o por mis continuas caídas por las laderas de las montañas. La
cosa es que me hospedé en casa de una amable mujer que comía fabada y que
gritaba como una loca. La acabé queriendo, me hice amiga suya y me contó muchas
cosas, como que ella fue fiel a su marido desde la tierna juventud y sobre los
orgasmos que había tenido con él. Esas últimas historias eran demasiado
desagradables, sobre todo si las contaba con la boca llena de fabada y gritando
a la vez. Por eso decidí irme de esa casa. Al final la mujer también se acabó
despeñando por una montaña. Que malas son las montañas. Las exterminaré.
El Prozac, chicos,
por favor (respiro respiro) Gracias.
Quería decir las
examinaré, empezaba a pensar que mi mala suerte no podía ser cosa del destino,
creé una organización en pro a la seguridad montesca y en ella aprendí a
enamorarme de la Naturaleza, no era como el amor que pude haber sentido por
árbol, era algo más fuerte, de repente, empecé a sentir el vínculo que me unía
a la Madre Tierra, encontré amistad en los animales y las plantas, aprendí su
lenguaje, aprendí a escuchar al mundo; el aire del norte ofreció a mi corazón
el suspiro que necesitaba para alejarse de cualquier historia que me hubiera
llevado al daño.
Todo eso era una
completa mierda. El primer día que te tiras abrazando al césped con ilusión
vale, pero cuando ya llevas algunos días acariciando piedras, besando troncos y
ronroneando a vacas te cansas. Así que decidí dar un comunicado a mi fundación
en pro de la seguridad montesca para informarles de que me iba, que dejaba
todas esas gilipolleces que no soportabas si no tenías falta de oxígeno. Pero
entonces pasó algo y… ah no, no pasó nada. Me caí por una montaña. Rodé y rodé
y hasta el mar llegué. Y rodando seguí por la superficie del mar hasta chocar
con un atunero que andaba por ahí. Me pasaron una red, pero yo les dije que no
tenía ordenador para verla, JAJAJAJAJA hijos, me hice marinera.
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