¡Buenos días, buenas tardes, buenas noches, buenas madrugadas a todos! Hoy es viernes y muchos salen, socializan con sus amigos, hacen el amor pero sin tener hijos y... algunos leéis esta historia. No es patético, porque hay tiempo para todo... peor es tener que escribirla y subirla no? (Forever Alone Mode)
Bien, nos quedamos en la parte en la que nuestra amada Sofisticada tenía problemas con Robert, en español llamado Roberto, y esas cosas. ¡Continuemos con su puta existencia, a ver si ya nos dice de una vez quién es el padre!
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Días de publicación: Lunes, Miércoles, Viernes
¡POR CIERTO!: Teníamos que deciros que nos gustaría que os involucraseis más en la historia. Por eso hemos decidido que, quién quiera, puede darnos ideas al correo de lavidaensofisticada@gmail.com, en plan de "Eh, quiero que vaya al polo norte y se lie con un oso" Pues nosotras llegaremos a ese punto. ¡Así será más divertido!
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Aunque ese punto de mi historia
en Nueva York ocurrió meses después de que desistiera de mi búsqueda de ese
sueño. Por aquella época disfrutaba de
mis paseos solitarios por los rincones más bellos que os podáis encontrar en
una ciudad tan grande como NY. Pese a parecer deshumanizada, los ocasos teñían
mi día a día de la esperanza necesaria para no cesar mi propósito de encontrar
los ojos verdes al día siguiente. Una noche pensé que lo había conseguido, la
lástima fue que la leyenda de Rayo de Luna se hiciera de nuevo palpable, tan
real en mis manos; en mi propia experiencia.
Yo
buscaba y buscaba, hijos míos, pero no encontraba a nadie. Un día iba por la
calle, una de las calles más céntricas de Nueva York, que se llama céntrica
porque hay mucha gente, no porque esté en el centro, porque realmente en el
centro no hay nada céntrico… bueno, la cosa es que iba andando por una calle
no-céntrica pero céntrica hablando de densidad de población cuando vi a un
hombre con ojos verdes. Ese era mi hombre. Salí corriendo detrás de él, hacia
un callejón de mala muerte por el que se metió. Yo lo llamaba, le tiraba
piedras, pero ni caso, “hoygan”. Entonces llegamos a un sitio donde no
transitaba nadie, un parque abandonado… y se dio la vuelta. Y vi sus ojos,
hermosos como una noche de luna (¿verde? ¿Una noche de luna verde?) y me miró.
Y se quitó la máscara. Y sonrió. Era Robert.
Llevaba
lentillas… o eso me dijo cuando me reconoció. Le pregunté qué hacía por una
zona tan poco céntrica y me dijo que pretendía terminar un trabajo… Hijos, por
aquella época, os recuerdo que nos llevábamos bastante bien…o eso creía. Nos
sentamos en el césped a disfrutar de una noche tan clara en un lugar donde no
se ven las estrellas pero donde pocos como nosotros intentamos no dejar de
soñarlas… aunque mi corazón no se encontraba cómodo en su compañía, mi mente
quiso evadirse e imaginarse con alguien como él pero sin lentillas, cerré los
ojos e intenté alcanzar ese sueño.
Hijos,
ya os he dicho que la relación con Robert no terminó para nada bien: pero eso
es una historia tan lejana como la de cómo conocí a vuestro padre. Esa noche de
luna y estrellas escondidas empezamos una relación que no lo hizo con tan mal
pie, pese a que así acabara. Nos abrazamos, nos dimos besos, e hicimos cosas
que sirven para confeccionar niños pero con protección. Hijos, admito que nunca
he sentido nada por Robert fuera de la acción que lleva ganar a alguien en el
terreno periodístico, pero empecé a verlo como algo más que un simple rollo de
una noche. Pero no se queda todo aquí, hijos, porque si lo hiciera seríais
guapos, no… así.
Por una vez en
toda mi vida, mi mente empezó a jugar algún papel en las historias con mis
amantes. Yo a Robert no le quería, lo de esa noche había sido una jugarreta del
destino en la que me mostraba que podía ser feliz sin esa persona que llevaba
la mitad de mi alma… Pero al entrar en juego mi mente, también participaron las
dudas y complejos y problemas de una relación: ¿Por qué estaba Robert allí
aquella noche? ¿Por qué esas lentillas? ¿Por qué apareció así cuando mi vida
empezaba a avanzar a una velocidad natural? ¿Por qué esa sensación de
precaución cuando estábamos cerca? ¿Por qué tenía que resignarme a no
encontrarme?
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